domingo, 25 de agosto de 2013

Sicilia, verano de 2013...


Y llegó uno de los momentos más esperados del año: el viaje de verano con mis peregrinos favoritos y amigos.

Este año, para la novena edición, elegimos de destino Sicilia. La otra opción era otra isla: Madeira, pero vista nuestra situación económica, nos parecía más asequible conocer la isla más grande del Mediterráneo, famosa gracias a Don Vito.

Como Ryanair no tiene las mismas rutas en todos los aeropuertos, los primeros en tener contacto con la isla italiana fuimos la parte madrileña y gallega. Tras aterrizar en Palermo y probar en nuestras propias carnes el calor sofocante siciliano, fuimos a recoger los coches con los que haríamos nuestra travesía.

Una hora de espera después, ahí estaban un precioso Giulietta plateado y un DS4 negro de estilo deportivo al que no le faltaba detalle. Estábamos listos. Primera parada: la ciudad de Palermo.

De Palermo sabíamos que era la capital de Sicilia, la quinta ciudad más poblada de toda Italia y una de las más importantes del Mediterráneo por su patrimonio artístico y arquitectónico. De Palermo han salido dos papas y personalidades como el compositor Alessandro Scarlatti, el arquitecto Francesco Sabatini o el director de cine Giuseppe Tornatore, responsable de "Cinema Paradiso" o "Malena".

Sin embargo, paseando por sus calles y por su "importante" patrimonio artístico y arquitectónico, la sensación que teníamos era de una ciudad abandonada, sucia, maltratada, de la que se salvaba su imponente Piazza Pretoria, el Teatro Massimo, la catedral y la principal atracción turística: las catacumbas de los capuchinos, en cuyo interior había 8.000 muertos y una niña momificada que parecía que estaba durmiendo por su perfecto estado de conservación.

Allí tuvimos también nuestro primer contacto con la cocina siciliana en un restaurante en el que los camareros eran tan italianos como nosotros... La verdad es que, después de leer un poco sobre la historia de Palermo, se llega a entender ese "desastre", sobre todo, después de la situación que vivió la ciudad entre los años 80 y 90 gracias a los grupos criminales que actuaban en la zona.

Finalizado nuestro paseo por la ciudad de los Fraggle, como la bautizo alguien, decidimos mejorar nuestra visión de Sicilia. Para ello elegimos Erice, un pueblecito ubicado en lo alto del monte que lleva su nombre, en el que hicimos tiempo hasta la hora de recoger a la parte valenciana que aterrizaba en Trapani. Una vez todos juntos, momento de probar la caponata siciliana y la pasta a la norma acompañada de unas birras, que hacía mucho tiempo que no nos veíamos y había mucho que hablar.

Al día siguiente, después de un curioso desayuno con croissant de nutella incluido, pusimos rumbo a Agrigento. En el camino, decidimos hacer una paradita en el pueblo de Rialmonte e intentar darnos un baño en la Scala dei Turchi, una formación rocosa que produce un curioso paisaje blanco al ladito del mar. Y ya que estábamos allí, algo para comer en el chiringuito de la playa, sin saber que ese panini de "no sé que" rebozado en harina de algo que se pronunciaba "chi-chi" amargaría a más de uno durante un buen rato las vacaciones.

El sol comenzaba a esconderse y nada mejor que el cercano Valle de los Templos para vivir el ocaso entre dioses y construcciones griegas. De allí, al hotel, una cena a base de pizza al horno de leña y a coger fuerzas para el día siguiente.

En el desayuno comenzaban a verse los efectos del "chi-chi", pero había que seguir la ruta y acercarnos al Etna e ir a Catania. Antes, una parada en Enna, un pueblecito medieval con preciosas vistas en el que disfruté de una pasta de pistacho que, todo sea dicho, no duró mucho en mi estómago... ¡Maldito "chi-chi"!!!. Esa noche, mi cena fue muy ligera en la habitación del hotel mientras los no intoxicados disfrutaban del ambiente de Catania.

El "chi-chi" se iba poco a poco cobrando víctimas. Sin embargo, decidimos pasar el día siguiente en Siracusa, la que fue la mayor y más poderosa ciudad del mundo griego entre los S. V y III a.C y hoy llena de palacetes. Tras visitar lo más significativo de Ortigia (su catedral, la Piazza Archimede, sus callejuelas, la mítica fuente de Aretusa...), seguimos el recorrido hasta el parque arqueológico para ver las canteras latomias, de las que se sacó el material para la construcción de Siracusa, prisión de atenienses y entre las que destaca la Oreja de Dioniso. En el mismo recinto se encontraba un precioso teatro griego, en el que disfrutamos del atardecer. De vuelta a Catania, una vuelta por la ciudad, una ensalada ligera y a recuperarse del "chi-chi". Esa noche conocimos a JJ & The Acoustic Machine, un grupo de músicos a los que no sería la única vez que veríamos ;-).

Enfrente del Etna, asomada a un balcón de piedra, se encuentra Taormina, en la provincia de Messina. Centro turístico muy importante desde el S.XIX, sobre todo a raíz de que Goethe publicara las bondades de esta ciudad en su "Viaje a Italia", y nuestro siguiente punto a visitar.

Tras pasar la mañana en la playa rocosa de la Isola Bella y disfrutar de una gran comida a la orilla del mar, era el momento de conocer Taormina, a la que se accedía mediante funicular. Una vez arriba, te encontrabas con una ciudad llena de tiendas de ropa cara y souvenirs y mucha gente que, en ese momento se dirigía hacia el mismo punto: el teatro griego. Una impresionante construcción en lo alto del pueblo desde la que, por un lado, se veía el Etna y, por otro, el mar. Una vez que dejamos el teatro, a disfrutar de los paseos y sabores de una ciudad llena de ambiente,  en la que no podían faltar nuestros músicos favoritos.

Lo habíamos visto en varias ocasiones de lejos. Era el momento de disfrutarlo de cerca. Ese día comenzó antes pues había que coger fuerzas ya que por delante teníamos un 3.000: el gran Etna. Según nos acercábamos al refugio de Sapienza para coger el funicular, ya se notaban los efectos del volcán en activo más grande de Europa y la vegetación luchaba por hacerse un  hueco entre la lava negra.

El funicular nos dejó a 2.500 metros. Había que alcanzar la cota de los 3.000 y teníamos dos opciones: subir caminando o disfrutar del viaje en unos autobuses especiales. ¡Nos conocimos caminando, qué demonios!!, así que andando, más que nada porque no habíamos contratado la excursión que te ahorraba la caminata.
Mientras subíamos por las laderas negras del Etna, disfrutábamos de las coladas de lava fría que encontrábamos y de sus curiosos habitantes: las mariquitas. Entre foto y foto alcanzamos el refugio Torre del Filósofo o, más bien, lo que quedaba de él después de la erupción de 2002. Era el momento de disfrutar de los bocadillos que nos hicimos durante el desayuno, de unas galletitas y de un macchiato en el refugio cercano que quedaba en pie. Luego, una vuelta por la cota 3.000 para ver el cráter central, el nordeste, el suereste, el Bocca Nuova y el Vorágine, a los que subirían unos privilegiados, eso sí... previo pago. Pero el Etna está lleno de sorpresas y, además de la banda sonora de truenos con que nos obsequiaba, pudimos ver su mala leche cuando nos echó una columna de gases a la cara.

Las nubes iban bajando, así que era el momento de iniciar el descenso. Según nos acercábamos al funicular, nos cruzábamos con domingueros que subían en chanclas y vestidito... menos mal que no irían muy lejos porque más de uno bajaba congelado. Por eso, había que reponer energías. Unas pizzas, lasagna y arancinis sin olvidar agua y birras servirían para cargar las pilas. Y para terminar la jornada, cambiamos el terreno polvoriento y arenisco del Etna por el de una playa cercana. Luego, de nuevo a Catania. Era nuestra última noche allí y desconocíamos su ambiente nocturno.

Y llegó el último día. Con tristeza abandonamos Catania. Nos quedaba bastante carretera hasta Palermo, pero la parada intermedia prometía: el precioso pueblo de Cefalù. Una palabra para ese día: playa. Baños y frisbee hasta el atardecer cuando decidimos dar una vuelta por el escenario de "Cinema Paradiso" y probar la merienda siciliana: brioche relleno de helado. ¡Delicioso!. Ah, se me olvidaba, de banda sonora estuvieron también nuestros amigos :-).

Y del paraíso, vuelta al infierno... Palermo fue el lugar de nuestra última noche, literal. Nuestro vuelo salía muy pronto y decidimos no dormir y pasar ese tiempo juntos en lugares de mala muerte hablando, entre otros temas, del destino del décimo... Ganas!!

1 comentario:

Camila dijo...

Trato de disfrutar mucho de los viajes y por eso soy de recorrer distintas ciudades del mundo cuando tengo la oportunidad. Me gusta mucho disfrutar del tema gastronómico en otras ciudades y comer lo típico del lugar. Cuando estoy en mi barrio, trato de ir a comer todas las semanas con mi familia en una restaurante palermo